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@SitaRoja:Las representaciones Andinas: El shamán, entre el poder y lo sagrado.
Es muy difícil explicar
como eran exactamente los hombres y mujeres que poblaron nuestro
territorio, por lo menos hace 15.000 años atrás, sin embargo,
poseemos registros arqueológicos, que son documentos históricos y
que nos dan la posibilidad de aproximarnos a las características de
la vida de estas sociedades. Así, aunque no conocemos sus rostros,
ni sus cuerpos, podemos acercarnos a ellos a través de las
representaciones arqueológicas de la figura humana, que aparecen en
distintos yacimientos de lo que es la actual Venezuela, y que se
encuentran en una mayor profusión tanto en la región Andina (siglo
XI y XIV de la era) como en la zona de Valencia (1200-1300 d.C).
Centrándose en el primer caso la iconografía en la figura
masculina, y en el segundo en la femenina.
Estas representaciones no
debemos imaginarlas como una ecuación que nos dará un resultado
exacto o nos develará un secreto, una verdad absoluta. La
arqueología ha producido durante mucho tiempo de investigación, un
cuerpo de teorías científicas que le han proporcionado un método
para acercarse a una interpretación, basándose en un conjunto de
datos contrastables y concretos. En este sentido, los estudios de la
cultura material, dentro de la que incluimos estas figuras
antropomorfas, se constituyen en una fuente muy importante de
información.
Las sociedades aborígenes
que produjeron estas representaciones, han estado vinculadas a
contextos históricos, denominados, según algunos investigadores,
como cacicazgos. Esta forma de organización social, que fue definida
de esta manera, básicamente por la existencia de un cacique, está
caracterizada por una estructura jerárquica, que se refleja en el
espacio por la presencia de aldeas centrales, donde vivían los
linajes dominantes y otras periféricas habitadas por grupos
subordinados, que mantenían con las primeras relaciones asimétricas,
basadas en la complementariedad política y económica.
Los cacicazgos, podríamos
decir de manera general, que estuvieron signados por la
centralización del poder. Para el caso de las sociedades que
habitaron la RegiónAndina, este poder era ejercido desde la
religión. En este sentido, y de acuerdo a datos arqueológicos y
etnohistóricos, sabemos que las antiguas comunidades cacicales
andinas desarrollaron un importante sistema de mitos creencias. Esto
se evidencia, según Delgado Lelia (1989), Clarac J (1981), Sanoja y
Vargas (1976) por la existencia de templos y santuarios dedicados al
ritual, cuyos espacios sagrados parecen haber sido cuevas de las
montañas más altas, donde concurrían indígenas de toda la región
a rendir culto al Ches1.
Estas religiones o cultos
permitieron el surgimiento de la figura del shamán, que según Lelia
Delgado (1989) era una especialista en lo sagrado, que se ocuparía
en delante de oficiar los ritos, a favor de la comunidad. Estos
mediadores entre el colectivo y el más allá, fueron muy importantes
para la sociedad en general, así, señalan las fuentes
etnohistóricas que "la comunidad les hacía la labranza del maíz
o les regalaba presentes santuarios, los cuales almacenaban en
depósitos comunales”. 1
Según los cronistas, los
aborígenes andinos practicaron religiones animistas, siendo el
ches, un espíritu natural que habitaba las montañas y las aguas.
Lo anterior se enmarca en
una iconografía Andina, que aunque está constituida por un gran
número de representaciones femeninas, se centra en la figura
masculina, pero no cualquiera, sino la del shamán, quien posee el
poder, quien puede ser la lluvia, el agua, el viento, el aire o ches.
Esta producción iconográfica, tan distintiva de esta región,
debemos concebirla, dentro de una sociedad de filiación Chibcha, no
militarista, ni expansionista, en la que la agricultura tenía una
importancia fundamental para la vida del aborigen. Lo anterior
permitió la reproducción en el plano imaginario, de un conjunto de
mitos y ritos propiciadores de la siembra.
Estos ritos que fueron
fundamentales dentro de estas sociedades, eran administrados y
ejercidos por el shamán. De esta manera, los controles y
regulaciones sociales, que pensamos eran imprescindibles para el
sostenimiento de la ideología que necesitaba una sociedad
caracterizada por una estructura jerarquizada, debieron ser
introyectados en la mente de los individuos, a partir de lo sagrado y
de la imagen del Shamán.
Básicamente, algunos
estudios de estas representaciones, se han enfocado en lo estético.
No descartamos que mediante esta iconografía se pudiera haber
reflejado una apreciación y manejo mediante las proporciones,
volúmenes, colores, etc, de la belleza, de lo estético. Sin
embargo, creemos que enmarcando estos símbolos dentro de los
contextos históricos en que se produjeron, podría plantearse que
quizás mediante los mismos, se buscaba generalizar y convertir en
conocimientos de sentido común, ciertos rasgos que pertenecían al
grupo dominante. Estos símbolos pudieron naturalizarse a partir de
ciertas nociones sobre el cuerpo.
Inicialmente, puede
observarse como la deformación craneal es un rasgo muy frecuente en
la mayoría de las figurinas halladas en esta región. De acuerdo a
Sanoja (1995) la deformación no era un rasgo generalizado en la
población prehispánica (Sanoja Mario.1995:14). Igualmente, este
autor señala que la iconografía de mujeres con el cráneo
deformado, alude, quizás, a un sector dominante, asociándose dentro
de esta población prehispánica, a la reproducción con el poder
político.
En cuanto a estas
deformaciones, también es muy común la de las piernas, brazos y
orejas, que según Vargas (2007) eran todos rasgos reservados a los
miembros del o de los linajes dominantes. En este sentido, la
revisión de algunos datos etnohistóricos, nos informa como estas
prácticas eran realizadas por algunos miembros de las poblaciones
prehispánicas. Según Humboldt (1956) estos pueblos si nacen con la
frente poco convexa, con una cabeza chata, buscan como deprimir la
frente de los niños. (Humboldt.1956: 286-291). En cuanto a las
deformaciones de los lóbulos de las orejas, Gillij (1965), señala
que, "los indios haradan las orejas de manera que da espanto verlas
(...) el agujero que hacen en ellas desde pequeño es tal que puede
caber dentro, un hueso bien grueso, y bastaría esto para hacerlos
muy deformes” (Gillij. 1965:61).
Por su parte, las
deformaciones de las piernas fueron reportadas en las primeras
crónicas que se tienen de indias. Incluso, según Lelia Delgado
(1989) existen ilustraciones de viajeros, donde aparecen dibujos de
indias presentando dichas deformaciones. Fray Ramón Bueno (1933)
dice al respecto que "tenían mucha presunción de que las
pantorrillas manifestaran un grosor más de lo regular, y para esto
desde la tierna edad que lactan, hacen un tejido muy tupido en lo más
delgado de la pierna y otro más arriba de la pantorrilla” (Bueno
Ramón, fray.1933:61)
En síntesis, las
sociedades andinas produjeron numerosas figurinas antropomorfas que
representan a los dos géneros. Las más profusas son las masculinas,
casi siempre shamanes en actos de ofrendas (fig 2). Las femeninas son
también numerosas y se dividen en dos grupos 1.- Con rasgos que
coinciden con las descripciones de los cronistas para las mujeres de
los miembros de los linajes dominantes (fig 3) y 2.- las que poseen
pocos o casi ningún adorno, vestimentas o pinturas corporales, lo
que sugiere que se trata de mujeres del común. Otro grupo, de
figuras antropomorfas son representaciones asexuadas.
Estas representaciones,
más que objetos, debemos entenderlas como figuras de hombres y
mujeres, reales, concretos, que vivieron hace muchos años y que son
nuestros ancestros. Una mirada nada más bastará, para encontrarnos
en sus rasgos físicos, en sus ojos, en sus bocas. Conocerlos de esta
manera, nos permitirá sin duda sentirlos como un tejido que se
entrelaza con nosotros, como parte esencial y base de nuestra propia
existencia social. Solo así, podremos dejar la lejanía que supone
el otro, el extraño, el que no entendemos, y por ende no nos
importa.