Desde que el hombre se comenzó a reconocer como un ser "moderno” con su
intrínseca idea del capital comenzaron una serie de innovaciones no sólo
tecnológicas, también ideológicas, modos de vida distintos, la relación
con la naturaleza fue la de la "imitación” para posteriormente llegar a
dominarla. Hace 500 años la idea de "progreso” que el siglo de las
Luces trajo consigo se convirtió con el paso de los años en una estúpida
materialización y privatización de lo tangible e intangible, de lo
existente y por existir, del conocimiento y de la cultura, es decir, de
lo absoluto.
Hablo del sistema económico que se postuló como
hegemonía mundial, un modo de organización social, económica, política,
cultura y de producción que ha convertido la "organización” en un eterno
desorden del todo…
El capitalismo trae, como plusvalía, una
cantidad significativa de problemas, tantos que para lograr enumerarlos
necesitaríamos más que simples renglones. Por ahora me atrevo a decir
que el capitalismo es como Rey Midas, ese mítico personaje que todo lo
convierte en oro, en una cosa con inmenso valor monetario, en el todo
con un precio.
La voracidad del sistema económico se encargó
de colocar a la producción por encima del hombre mismo, esto genera en
nuestras sociedades; individualismo, exclusión, marginación, déficit
social, ausencia de educación, falta de crítica y reflexión acerca de
nuestras propias vidas inmersas en un sistema patrón-obrero que nos hace
creernos "libres” porque nos pagan un mísero salario mientras que el
Estado se encarga de ahogarnos en impuestos y desregular sus funciones
"Más mercado y menos Estado” lo que acarrea verdaderas crisis entre los
pueblos , entre otros muchos laberintos de problemas.
Hoy más
que nunca basta con voltear a nuestros pasados precolombinos, esos
llenos de sabiduría milenaria, de interconexión espiritual con la
naturaleza que fue más allá del cuerpo mismo, esa que con los saberes
tradicionales descubrió las plantas medicinales como cura, tan o más
comprobable que la propia ciencia, aquella que nos demostró que la
colectividad y la pertenencia mutua con el prójimo son la más sublime y
armoniosa de las organizaciones, esa que no necesita de privatizaciones
para saber lo que le pertenece y que no necesitó del dinero para saberse
poderosa.
La intolerancia es una característica del
capitalismo, pues se encarga de supervalorarse por encima de cualquier
otra cosmovisión. Muchas críticas han de formularse alrededor de este
inmenso problema de racionalidad instrumental y materialización de la
"felicidad” y la uniformidad. La cultura no se puede medir y sin embargo
se encuentra materializada en las semillas transgénicas de maíz, de
tomate, de cebollas, etc. El placer está en venta, la belleza se remata
en las departamentales, la propia identidad se encuentra en los
aparadores, con estúpidos anuncios que se parafrasean así: "Yo soy lo
que tengo” ¡valórame por mis pertenencias materiales, no por mi
humanidad! O que tal ¡Soy totalmente palacio!
Tenemos que
criticar muchas de nuestras acciones como consumidores ¿cómo es posible
que nos importe más el mejor celular o los mejores jeans al derrame del
Golfo de México, a los desastres que sufre el mundo y en especial
América Latina y los países "subdesarrollos”?. El consumismo nos
consume.
Parece difícil ganar la batalla de despertar a la
mayor cantidad de gente acerca de las crisis a las que nos conduce el
capitalismo, más no es imposible, porque todos sabemos que el dinero no
nos alcanza, porque el agua se nos acaba, porque la naturaleza se
extingue y con ella las esperanzas de vida, porque no hay justicia
social ni en México ni en ningún otro país (el rico es cada vez más rico
y el pobre… cada vez más pobre), porque el calentamiento global no es
mi culpa, ni la tuya, ni la de tu mamá…es culpa del sistema económico,
ese que puso a la producción por encima del hombre y de la naturaleza
misma.
Quiero creer que en algún momento de nuestras vidas
nos gobierne la ética, para tomar decisiones que nos incluyan y
beneficien a todos. Aunque parezca irónico y utópico aun confió en la
humanidad y dignidad del hombre… porque "todo lo sólido se desvanece en
el aire”.